Dentro de la demonología hay que distinguir
dos clases de actitudes. En primer lugar, hay la demonología que podríamos llamar "ornamental", la demonología hecha de cristianismo
y de superstición, la que se practicaba en la mayor parte de los casos durante el gran auge de la brujería en la Edad Media.
En segundo lugar, hay la demonología puramente "mágica", la que practica el mago en la soledad de su "ocultum". Esta última,
naturalmente, no trasciende al público, por lo que lo único que nos ha llegado hasta nosotros es la capa externa de la demonología,
donde los elementos tanto verdaderos como falsos, tanto mágicos como supersticiosos, se encuentran de tal modo mezclados que
es imposible desentrañarlos.
Pero sí es posible en un aspecto. La actitud con respecto al diablo puede adquirir dos
formas. El hombre puede o someterse al diablo o dominarlo. Si el hombre tiene verdadera voluntad, si es fuerte, se impondrá
al diablo y lo dominará; si es débil, sencillamente lo adorará y se convertirá en su siervo, esperando conseguir así algún
favor.
Siervo o dueño: he aquí la gran diferencia. El verdadero mago nunca se convertirá en siervo del diablo; el
falso, sí. Por lo tanto, poca magia hallaremos en el culto de los adoradores del diablo, salvo algunos pocos atisbos tomados
de aquí y de allá. Es, usando la tantas veces mencionada comparación, el cascarón vacío de la magia, desprovisto de todo su
contenido.
De todos modos, su examen es siempre interesante, porque nos permitirá situarnos en nuestro justo lugar.
Vamos a ver pues la legión de los siervos del diablo... de los adoradores del macho cabrío.
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